jueves, 2 de agosto de 2007

Nono

Ayer murió mi abuelo.



Y descubrí o recordé varias cosas:



1-que odio que la gente diga fallecer en vez de morir. Pareciera como si de golpe se generara una distancia afectiva. La gente que uno quiere no muere, fallece? Es una palabra que nunca se usa, excepto para hablar de la muerte de alguien que conocemos. Si no lo conocemos, puede morir, estirar la pata, espichar, etc. ¿Por qué? Yo no quiero hacer esa distancia.



2-también odio el "lo siento". Otra afectación. ¿Cuándo la gente dice que siente algo? Sólo en casos de muerte. Porque es una frase hecha que no nos pone en el trance de pensar qué decir. Ayer la escuché 3 veces:

1º mi jefa. La misma que no tiene alma para estirar la fecha de pago a gente que tiene que pagar el alquiler o que le descuenta el presentismo a gente que faltó por enfermedades graves, se mueve como pez en el agua diciendo "lo siento, gordita"
2º mi ex suegra. (Mi archi madre, aún con su dolor y todo, no perdió oportunidad de hacer despliegue de su capacidad de intromisión y ya había llamado para cuando yo me pude comunicar... y había dejado expresas instrucciones de ir preparando a la niña -¿debo aclarar que es mi hija?-).
3º T.A. Síii! 17.30 aprox recibo un txt de él:
"You're not working?" (que esté tooooodo el día conectada al MSN ya es un clásico)
"No. My grandpa died"
(inexplicablemente vuelve a la lengua de Cervantes): "Uh, LO SIENTO mucho, ESPERO TE MEJORES pronto, si necesitás algo avisá" (las mayúsculas son mías: I'm sad, not sick!!).

3-Mi necesidad de que nadie me vea llorar ya es enfermiza, y hago cualquier cosa por evitar verme en esa situación. Me pasé toda la tarde acurrucada en mi cama en posición fetal. No ví a nadie de mi familia hasta la noche... a pesar de las llamadas de mi archi-madre recordándome qué es lo que ella esperaba como reacción "normal"y, a instancias de ella pasarme media hora frente a la casa velatoria para finalmente no entrar (ella me instó a ir, y yo hice mi propia interpretación de las implicancias de su "sugerencia"); antes caminé sin rumbo por San Telmo bajo la lluvia (y por suerte llegué con el estómago vacío a tomar mi copita de caña con ruda en el almacén de Defensa y Carlos Calvo, para cumplir con la tradición); después, me tomé un submarino en un bar... esta vez para no pasar por la casa de mi abuela, que era la segunda parada obligatoria según mamá, para estar un rato con la abuela (¿qué se le puede decir a una mujer que perdió a su compañero por 55 años?... yo no tengo esa respuesta)...
Finalmente junté fuerza y cansancio y fui para allá. Me tomé 2 pavas de mate, hablando de esto y aquello, pero básicamente escuchando con un nudo en la garganta el relato que esporádicamente le daba en reiniciar, sobre las últimas horas del abuelo.

Hoy me toca contarle a Biank, y muy a mi pesar, debo confesar que hace rato flaqueé y tomé el cómodo atajo del cielo. Es la idea que todos manejan alegremente; incluso en la escuela. Es menos angustiante y posmoderno que decir, "parte de la naturaleza". Y es el lugar donde ya hicimos cita para encontrarnos varios años más tarde (ante la angustia del inminente enfriamiento del sol... maldito programador de actividades del Planetario, quema-cabezas-de-niños... by the way, necesito releer Heliconia).

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