
Dicen que las mujeres empiezan por el cabello cuando quieren cambiar algo de sí mismas (al menos los pasquines tipo Para tí, Elle y Mía, lo sostienen con abultadas notas cuando se les agota la imaginación -y la corta visión- acerca de qué cosas nos interesan a las mujeres).
No es mi caso.
Alguna vez osé hacerme la permanente, ilusionada en que mi lacio cabello quedaría salvaje, como esas melenas ochentosas que casi deglutían una vinchita diminuta.
No fue el caso.
El resultado decepcionante de mi aventura peluqueril me permitió conocerme un poco más y entender que mi cara no es apta para cualquier bazofia que se me ocurra hacerle a mi cabello. Sin embargo, constantemente sueño con tener un rapto de valentía y pasar al negro ébano, que seguramente resaltaría mis ojos y... (resultado decepcionante antes mencionado, vuelto a revivir)... je, seguramente también haría lo propio con el color cadavérico de mi tez y mi nariz*.
No será el caso.
Presentaré entonces mi caso, señor juez:
Será una resabio de simbolismo de femineidad que temo perder, será mi caballito de batalla para pelear contra el estereotipo de la rubia tonta, será un acostumbramiento facilista, será que es lo único que me queda bien...
El caso es que el pelo no me lo toco.
Sin embargo, en momentos importantes, de crisis, de cambio, me surgen deseos incontrolables de de perforarme o tatuarme.
Ése fue el caso, un mes antes de separarme del padre de mi hija. En aquél entonces, él dejó sentado que no le gustaban los tatuajes. Y yo reafirmé mi ser sin él... con una linda paloma de Picasso.
Ése fue el caso, cuando meses después decidí volver a hacer pareja con alguien: aro en esta nariz que nunca fue linda, pero que ya no me molestaba que fuera mirada por otros, y por uno en particular.
Ése fue el caso, cuando también me permití sentirme sexy con mi aro en el ombligo, a centímetros de la cicatriz de cesárea que también dejaban al descubierto las bikinis no-ortopédicas**.
Ése fue el caso cuando me dejé de empujar un proyecto que no era el mío y me dí cuenta que podía sacarle la lengua (perforada) a los planes ajenos que me incluían contra mi voluntad (no tan voluntariosa por aquel entonces).
Ése fue el caso cuando me dí cuenta que ya no tenía ganas de seguir recordando a quien no hacía méritos para ser bien recordado, y sí, tener siempre presente a quien es la parte más importante de mi vida. Y por eso un dibujo de mi hija pasó del papel a la piel.
¿Cuál es el caso ahora? El caso es que en breve cambio de década. El caso es que todo lo que tengo (poco o nada), lo conseguí yo y nadie me lo regaló. El caso es que pude haber vivido situaciones que me entristecieron, pero que no me devasta(ro)n.
El caso será que me tatuaré un poema o un fragmento, pa festejar(me)...
Y como soy grasssssa, lo someteré a votación*** cual programa de Tinelli... bah, ni sueñen con que voy a hacer lo que ustedes quieran, pero acepto sugerencias de poemas y zonas corporales.
*Aclaro: mi nariz no ganaría el primer premio en una exposición de zanahorias, pero tampoco es exactamente linda.
**Explicáme dónde conseguía esos monstruos acuáticos... hubiera sido más fácil la malla entera, posta. Jajaja.
***Plís, pispear a la derecha para hacer uso de este derecho electoral intra-blog.